viernes, 21 de diciembre de 2007

(pzeudo bozeto lirista) Carta a voz

Te perdí esa mañana, cuando la estrella comemzaba a derretir el último de mis suspiros sin pavilo. Una botella sobre la mesa y un papel manchado en cera de la vela que en la noche no durmió, y nunca lo podría imaginar. Me levanté y camine, sin ganas de una sonrisa, pues sabía que ni siquiera su filo sería capaz de defenderme. Un pie tras el otro, entre traspisadas y tropesones avansé buscando no encarar al monstruo de mis noches. quise ser libre, quise hacer algo que no sabía, quise ser y dejar de ser, quise (lease con la mayor guturalidad posible) creer que creo lo que quiero creer y no crear lo que devo croar. Salir de la autonomacia de un acorde menor, pero no podía, pero lo necesitaba; qué decir menor, de terceras menores solo cantaba. parecía chaperón sin remedio, acompañante incomodo en un matiné.
La botella, aún sobre la mesa, taciturna e inmutable, ofendía mis recuerdos mientras recitaba en firmes murmullos un poemínimo de paz y un círculo de huerta; un cronopio de Bolaño y una prosa de Parra. Pensé en escribir, pero las palabras quedaron mudas, pensé en componer, pero las corcheas habían huído, las plicas corrido y las rodas habían muerto. fue entonces cuando encontré esa vieja caja de espejos en el diván. Aquella que habías traído a sabiendas de mi temor enfermiso; entonces la botella reventó; odiaba esa caja; un pedaso de vidrio color carmesí; nunca la soporté ver en mi camino; un chorro intenso el suelo bañó; la caja, la carta y un suspiro sin pavilo, muerto en el verdor.

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